El humo invisible que enferma: los incendios y sus efectos silenciosos sobre la salud

El humo invisible que enferma: los incendios y sus efectos silenciosos sobre la salud

Las partículas del humo de incendios causan más muertes y daños que las de origen urbano, con efectos prolongados en el corazón, los pulmones, el cerebro y la salud mental.

La imagen de un incendio suele asociarse al fuego, las llamas y la devastación del entorno natural. Sin embargo, hay una amenaza menos visible y más persistente que se cuela por ventanas y permanece en el aire incluso días después del fuego: el humo. Un estudio internacional liderado por ISGlobal y la Universidad de Utrecht, publicado en The Lancet Planetary Health, advierte de que el humo de incendios forestales es mucho más dañino para la salud de lo que se creía.

Las partículas finas PM2.5 generadas por los incendios podrían estar detrás de 535 muertes anuales en Europa, una cifra un 93 % superior a las proyecciones previas.
Estudio de The Lancet Planetary Health.

Estas partículas contienen compuestos especialmente tóxicos derivados de la combustión incompleta, distintos a los de la contaminación urbana convencional.

Efectos sobre cuerpo y mente

La exposición a las partículas finas PM2.5 del humo de incendios se ha asociado con un incremento del 0,7 % en la mortalidad general, 1 % en muertes respiratorias y 0,9 % en causas cardiovasculares por cada aumento de 1µg/m³.

Estas partículas finas pueden provocar o agravar enfermedades como hipertensión, infartos, arritmias, EPOC, asma y neumonías, con consecuencias que pueden prolongarse hasta tres meses después de la exposición.

Pero los efectos no terminan ahí. El sistema nervioso y la salud mental también están en riesgo. Un estudio de la Universidad de Harvard ha demostrado que los días con alta exposición al humo aumentan significativamente las consultas por ansiedad, depresión y trastornos del estado de ánimo, especialmente entre niños, personas mayores y pacientes crónicos. El impacto no es solo físico: el humo también deja huella en el bienestar psicológico y cognitivo.

Además, se ha observado que la exposición prolongada puede reducir la capacidad de atención en cuestión de horas y, a largo plazo, acelerar el deterioro cognitivo y aumentar el riesgo de enfermedades neurodegenerativas como la demencia.

Una emergencia global

En los últimos años, los incendios forestales han dejado de ser fenómenos localizados y esporádicos para convertirse en eventos recurrentes con repercusiones sanitarias a gran escala. 

Solo en 2025, los incendios en la UE arrasaron más de un millón de hectáreas, duplicando las emisiones de PM2.5 respecto a años anteriores.

Su impacto ya no se limita a las zonas directamente afectadas por las llamas: el humo puede recorrer cientos de kilómetros, exponiendo a millones de personas a partículas contaminantes que agravan problemas respiratorios, cardiovasculares y neurológicos.

Un desafío sanitario, además de ambiental

Este nuevo escenario obliga a replantear la respuesta institucional, situando los incendios no solo como una emergencia ambiental, sino también como una crisis sanitaria de carácter nacional e internacional. La expansión y la duración de estos episodios, potenciadas por el cambio climático, exigen una planificación sanitaria interterritorial y medidas de protección más ambiciosas para toda la población.

Los autores del estudio liderado por ISGlobal y la Universidad de Utrecht reclaman que se incorporen estos contaminantes a los sistemas de vigilancia sanitaria y que se diseñen políticas públicas más ambiciosas: avisos preventivos, protección respiratoria, estrategias urbanas para reducir la exposición y protocolos asistenciales específicos en centros de salud.

También destacan la necesidad de reforzar la investigación, diseñar planes de acción y formar al personal sanitario para detectar y tratar los efectos menos visibles del humo, como los mentales o neurológicos.

¿Cómo respondemos ante este riesgo?

Dado que los incendios forestales son una emergencia sanitaria que afecta de forma directa al corazón, los pulmones, la mente y la calidad de vida de millones de personas, hay que actuar.

Su impacto va más allá del humo visible: altera la salud respiratoria y cardiovascular, compromete el bienestar mental y deteriora funciones cognitivas, incluso a largo plazo.

Reconocer esta realidad es el primer paso para actuar. Anticiparse a sus consecuencias, proteger a las poblaciones más vulnerables y reforzar los sistemas de respuesta sanitaria es una tarea urgente y compartida. Y lo positivo es que ya contamos con ciencia, datos y experiencias que nos marcan el camino.

Gracias a estudios como el liderado por ISGlobal, disponemos de herramientas para mejorar los sistemas de alerta, rediseñar las políticas urbanas y adoptar estrategias de protección más eficaces. Desde incorporar filtros en residencias y centros asistenciales hasta crear planes de salud mental en situaciones de emergencia, el sistema sanitario tiene un papel clave para mitigar los efectos del humo y aumentar la resiliencia de nuestras comunidades.

Actuar con visión preventiva, invertir en salud pública y preparar a los territorios para los desafíos del cambio climático no solo es posible, sino necesario.

Fuentes:

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