Cosquilleo, mariposas y torrente de energía estas son algunas de las sensaciones que sentimos cuando hablamos de los “nervios buenos”. Una potencia de energía que nos motiva, nos centra y nos invade para que demos el 100%.
Si hiciéramos una encuesta preguntando qué emoción querrías no volver a sentir, un gran número de personas hablaría del estrés. Porque sí, el estrés mal gestionado es una de las emociones más desagradables que podemos padecer: nos quita energía y nos hace creer que hay dificultades que no podemos superar o afrontar. Además de psicológicamente, también nos afecta físicamente, ya que está comprobado que el estrés disminuye nuestro sistema inmunitario, nos hace enfermar y afecta negativamente a nuestra toma de decisiones.
Sin embargo, cada emoción existe por una razón, y sí sabemos gestionarla, podemos positivizarla. Y es que tal y como indica el psicólogo Hans Seley, conocido como el padre del estrés, “no es el estrés el que nos mata, es nuestra reacción al mismo”. Esto significa que una vez que sentimos estrés si este se afronta de manera positiva y utilizando nuestros recursos eficientemente, podemos convertir esta demanda en estrés positivo o “eustrés”.
Y es que, aunque parezca increíble, el estrés es en realidad un potenciador cognitivo que puede activar varios aspectos de nuestra destreza mental y ayudarnos en las capacidades profesionales y académicas. Además de mejorar las funciones cerebrales, el estrés también puede aumentar el rendimiento físico y la resistencia. Esto se debe a que provoca la liberación de adrenalina que acelera el ritmo cardíaco y, por tanto, el metabolismo.
Sin embargo, hay que enfatizar la diferencia entre el estrés bueno y el malo: el estrés “bueno” debe ser agudo y debe existir durante un periodo corto de tiempo. En el momento que este persiste y se prolonga, se convierte en un estrés malo y puede afectarnos negativamente a nivel mental y físico.
El control y la gestión, la clave para convertir el estrés negativo en positivo
Todo esto está muy bien, pero no quita el hecho de que cuando, por ejemplo, tienes que dar una conferencia o estás a punto de hacer una entrevista el estrés te convierta en un manojo de nervios, te haga temblar y no puedas rendir al máximo.
El truco está en intentar aprovechar esa energía nerviosa y dirigirla hacia algo más positivo. Una forma de hacerlo es intentar “animarte” para asegurarte de que, cuando tengas una respuesta (luchar o rendirte), estés más preparado para lo primero que para lo segundo. Intenta escuchar música alegre y positiva, utiliza afirmaciones positivas o haz un poco de ejercicio. Esto te ayudará a mentalizarte y, en lugar de intentar suprimir el estrés, podrás aceptarlo y utilizarlo para motivarte hacia el éxito.
Para finalizar te proponemos un ejercicio: cierra los ojos y piensa en acontecimientos estresantes. ¿Ya estás? Seguro que te han pasado imágenes de vuestros exámenes en la universidad, de vuestros primeros días como sanitarios, de vuestras primeras entrevistas o discursos. Es normal, pensamos en el estrés como algo negativo, pero sí vuelves a pensar en ello, puedes echar la vista atrás y recordar esos momentos de estrés como “instantes positivos y emocionantes de la vida que te desafiaron, te marcaron y te hacen ser quién eres”.